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jueves, 27 de enero de 2011

ARTICULO DE MONSEÑOR BASEOTTO - Este documento fue publicado como suplemento del Boletín Semanal AICA Nº 2340, del 14 de febrero de 2001


inmigrantes sirios y libaneses


Mensaje del obispo de Añatuya, monseñor Antonio Juan Baseotto, a los hijos de inmigrantes sirios y libaneses con motivo del Jubileo de los inmigrantes, celebrado en la diócesis el 14 de octubre de 2000.


Saludamos en ustedes a sus padres, a sus abuelos... los que dejaron su patria para formar una familia y aquerenciarse en una tierra distinta por su geografía e historia, por su cultura e idioma.

El siglo XX que termina ha tenido como una de sus características más marcadas el signo de la migración. Lamentablemente en casi todas las colectividades las causas han sido las guerras o situaciones similares que acarrearon frutos de carestía, de temor a nuevos brotes de violencia, de inseguridad... La suma de esas causas forzaron a muchas familias a dejarlo todo para abrirse horizontes nuevos en otros espacios geográficos donde veían una luz de esperanza.

Es lo que sucedió con mis padres venidos del Norte de Italia. Es lo que ha sucedido con sus padres, sus abuelos... venidos de El Líbano, de Siria...

El inmigrante ha sido primero un emigrante: ha tenido que dejar lo que constituía su patria. Dejar con dolor. Dolor que con el correr de los años se atenúa, pero que rebrota en añoranzas y nostalgias a pesar de que en la patria de adopción llegue a vivir discretamente bien.

Cuando decimos "dejaron todo", me viene espontáneamente el texto bíblico del "que siendo rico, se hizo pobre para salvarnos", del que "siendo Dios, no estimó esa condición como un codiciable tesoro que debía retener celosamente, sino que se anonadó": "el Verbo que se hizo carne y puso su tienda entre nosotros"...

Precisamente: el centro del Jubileo. Hubo quien lo dejó todo por nosotros. Y este hecho sucedido hace 2.000 años, es el motivo que nos reúne para agradecerle a Dios que haya dejado todo para hacerse hombre y salvarnos...

Sus padres, sus abuelos, si bien dejaron su tierra por necesidad, vinieron para "hacer América". Un dicho que lo referimos con frecuencia a los inmigrantes. Y tiene su sentido. Algunos lo reducen únicamente al afán de enriquecimiento rápido y por cualquier medio. Pero tiene su sentido positivo y real. Dueños de una cultura milenaria vinieron a construir la patria Argentina. No se la llama sin motivo "crisol de razas"...

Una realidad innegable de la tierra argentina -y de lo que debemos dar gracias a Dios- es su capacidad de recibir al inmigrante y asimilarlo. No hay xenofobia, ni prejuicios raciales.

Los inmigrantes venidos de Siria y de El Líbano traían su idioma, sus costumbres, su estilo de vida... Se encontraron con un país joven: otro idioma, expresiones culturales muy distintas a las suyas... Y se ha ido produciendo una síntesis, una fusión que hoy espontáneamente viven ustedes, como sus hijos, sus descendientes.

Sacrificio y laboriosidad

Destaco dos características que aportaron sus antepasados: el sacrificio y la laboriosidad.

No cultivaron el campo, como por lo general lo hicieron los italianos o los alemanes del Volga. No se dedicaron a la ganadería, como tantos españoles... Su fuerte fue el comercio. Y creo que no estoy lejos de la verdad si afirmo que se trata del comercio visto como un servicio que hacía posible y llevadera la vida de quienes trabajaban el campo, o los obrajes en Santiago (los que explotaron los bosques con mirada miope arrasando todo sin tener en cuenta el futuro).

El inmigrante sirio y libanés con su laboriosidad, con sus costumbres, encontró en la familia el primer baluarte para sostener su identidad y para dar razón a sus sacrificios: para dar consistencia, echar raíces en su débil situación de inmigrante. La familia era objeto casi obsesivo de sus cuidados y sacrificios: familia casi siempre numerosa, pero siempre unida en una mentalidad patriarcal, con una fuerza de cohesión que, ni conflictos, ni intereses materiales lograban quebrantar.


Valor de la familia

Hoy, en un mundo en crisis, la familia es la que acusa más claramente el impacto de una civilización que está en cambio.

La familia cierra sus puertas a la vida, permite que intereses materiales primen sobre la unidad. Se ha cedido ante la presión de un mundo materializado que ha transformado el matrimonio en una sociedad contractual de pareja, a la familia casi en una sociedad anónima de egoísmos que se unen cuando hay un interés común e inmediato y se dispersan cuando los intereses entran en litigio.

Hay que rescatar el valor de la familia con la profunda convicción de que de ella depende la salud de la patria: la familia como sede de la vida y del amor, como escuela del más profundo humanismo, como educadora irreemplazable, como célula primera de la sociedad, como pequeña Iglesia.


Profunda religiosidad

Pero el valor más profundo que trajo la inmigración de Siria y de El Líbano, fue el de su profunda religiosidad, de su Fe cristiana.

Por eso, aunque las costumbres, el idioma, fueran distintos, al encontrarse con la fe cristiana en su nueva patria, no se sintieron tan extranjeros. El Papa Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II decía: "En la Iglesia Católica nadie es extraño, nadie está excluido, nadie está lejos".

La fe les dio el temple necesario para superar las ausencias y las distancias, para atemperar las nostalgias, para enfrentar la lucha diaria con entereza, para llevar adelante la familia muchas veces con enormes sacrificios.

Ustedes han recibido la herencia de su cultura y de sus costumbres. Tal vez alguno todavía conserva la lengua de sus mayores. Lo que nunca deben perder es la fe que de ellos heredaron. La Fe los sostenía en la lucha diaria, en los principios que regían su vida, en la educación espontánea que daban a sus hijos... Y afloraba en acontecimientos familiares, sociales y aun litúrgicos: casamientos, sepelios... la fiesta de Pascua vivida con tanta intensidad y con expresiones tan valiosas en las liturgias orientales de tantos inmigrantes... y que la sentían expresada en otra lengua, en otros ritos, pero con la misma fuerza evocadora, en su parroquia de Suncho Corral o de Añatuya...

Las distancias, el tipo de trabajo, muchas veces hacía difícil la participación en la liturgia dominical. Justamente el domingo era el día en que la gente del campo venía al pueblo para hacer sus compras "¿Cómo va a cerrar el negocio?" Y trabajaba el domingo (no quedaba otro remedio). Se sumaba a esto la escasez de sacerdotes... Y se explica cómo la expresión más alta de la Fe: la participación en la liturgia dominical, haya sido poco a poco relegada.

La situación de ustedes -los descendientes- es totalmente distinta.

El espíritu religioso que a ellos los animaba, hoy en un mundo dominado por la imagen y por la mentalidad materialista, ha ido poco a poco siendo suplantado por un secularismo que todo lo invade y todo lo vacía.

Sin la Fe, la vida no tiene sentido. Uno vive por inercia, casi como quien cumple un ciclo que se realiza inexorablemente: «nacer, crecer, reproducirse y morir"... Pero ¿esto es digno de un ser humano? ¿Satisface realmente a un ser dotado de razón, libertad, capacidad de amar?, ¿de un ser que experimenta la necesidad de más?, ¿que no se sacia con fiestas, con dinero, con viajes, con darse todos los gustos? ...y cuando se los dio, sufre la insatisfacción de que se ha terminado. Pero, sobre todo, de que algo quedó no satisfecho... Y comienzan nuevos planes y proyectos para nuevas evasiones y satisfacciones inconclusas o incompletas... Busca algo más ...

Es que también todos somos emigrantes e inmigrantes.


Emigrar hacia Dios

Nuestra patria de origen es Dios. De Él venimos: somos desterrados, emigrantes del que es el absoluto, del que es el infinito. Y naturalmente, sufrimos la nostalgia y la añoranza de todo emigrante. Experimentamos satisfacciones y alegría... Pero siempre con la sombra de una nostalgia: algo nos falta ...

Pero en el tiempo, también en nuestra tierra, estamos en camino para emigrar: para entrar a la patria definitiva, donde no habrá lugar para la añoranza, para la nostalgia, para la insatisfacción. Vamos a la patria, a la morada definitiva "cuyo arquitecto y constructor es Dios".

Por eso Jesucristo es el Señor de la historia, es "el principio y el fin". Es nuestro principio: de Él hemos emigrado. Es nuestro fin: a El inmigramos ...

No es solamente Señor de la historia cósmica (si queremos expresarnos así) de la historia humana... Es también Señor de la historia personal de cada uno. "Vemos ahora como en un espejo, como en una adivinanza" (la añoranza, la nostalgia del emigrante) "pero lo veremos tal cual es".

En este Jubileo de nuestros antepasados venidos de Siria y de El Líbano (tierras bíblicas asociadas tan estrechamente a la Historia de la salvación), tratemos de entender y aceptar de manera coherente que Cristo es el Señor "hoy, ayer y para siempre".

Que Nuestra Señora de El Líbano -Estrella del navegante- nos lleve al Señor que "habilitó el puerto de la patria definitiva".


Añatuya, 4 de octubre del Año Jubilar, fiesta de San Francisco de Asís.

Mons. Antonio Baseotto, obispo de Añatuya