La “oración a Jesús” es conocida también
por nuestra tradición ortodoxa como la oración del corazón (de la mente en el corazón)
consistente en una breve fórmula piadosa que se repite: “Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de
mí pobre pecador”, su origen se puede descubrir en el ambiente de
búsqueda de una oración continua que sella intensamente la historia espiritual
de los primeros siglos cristianos, que se remonta particularmente el peregrinar
de los Padres del desierto. Es doctrina común del monacato primitivo la
búsqueda del ideal de la oración incesante. Se dice de San Antonio de Egipto,
quien ha pasado a la historia como: el padre de los monjes quien «rezaba
constantemente, pues había aprendido que era necesario rezar incesantemente en
privado». La aspiración a una oración constante se nutre de las enseñanzas del
apóstol San Pablo que exhorta en su cartas a vivir «perseverantes en la
oración» (Rom 12:12) y a «orar sin cesar» (1Tes. 5: 17).
Se recomienda, más aún en estos
tiempos de tanta necesidad espiritual, como fórmula privilegiada la “oración a Jesús” que es una fórmula
abreviada que sintetiza la espiritualidad monástica de lamentación y dolor por
los propios pecados. Es así que la constante repetición de jaculatorias: oraciones cortas,
oral o mental, de una oración o frase breve o de una sentencia de la Sagrada Escritura
para alabar al Señor, obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la
temprana tradición cristiana y se va enlazando esta práctica con el propósito
de alcanzar la oración continua.
Entre las referencias a la
invocación del nombre de Jesús puedo citar una oración de San Isaac de Siria,
Obispo de Nínive (Sig. VII): «Oh nombre
de Jesús, llave de todos los dones, abre para mí la gran puerta de tu casa del
tesoro para que pueda entrar y alabarte, con la alabanza que nace del corazón,
como respuesta a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá;
pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo Mundo».
El surgimiento de la Oración a Jesús, se lo vincula a
la oración humilde del publicano el que aspirando a la misericordia divina
oraba: «¡Oh Dios! ¡Se propicio a mí, pecador!» (Lc 18,13). Es la forma correcta
de orar en la que podemos aprender del publicano; por lo que no tengamos
vergüenza de orar a Dios como él lo hizo, con unas pocas simples palabras, las
que fueron suficientes para que obtuviera perfectos resultados, así tu oración
será más liviana que una pluma. Pues si este modo de orar justificó a un
pecador, cuanto más fácilmente elevará a un hombre justo a las alturas, por eso
lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón y pronúncialas con tus
labios al Señor.
Asimismo en el Nuevo Testamento en
referencia al Señor Jesús, así como a las acciones realizadas en su nombre
encontramos entre las citas: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9; Lc 11,2), de
la oración del Padre Nuestro; o «bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), de la misión apostólica, en la Carta a los Filipenses 2:
9-11: «al nombre de Jesús, toda rodilla se doble --en el cielo, en la tierra,
en al abismo-- y toda boca proclame que Jesucristo es Señor»; en los Hechos de
los Apóstoles 4:12: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos» y en el Evangelio según San Juan16:23-24:
«Pues sí, os aseguro que, si alegáis mi nombre, el Padre os dará lo que le
pidáis. Hasta ahora no habéis pedido nada alegando mi nombre. Pedid y
recibiréis, así vuestra alegría será completa».
El ejercicio de la
invocación del nombre del Señor Jesús, además de una manifestación de fe, es
fruto de la convicción sobre el poder del nombre de Dios. Así, la invocación
del nombre no se limita a una evocación piadosa sino que es además portadora de
una fuerza o dinamismo salvífico que actualiza su presencia. El contexto de la
oración a Jesús es la fe. El obispo griego-ortodoxo Kallistos Ware, sostiene:
«El Nombre es poder, pero una repetición puramente mecánica, por sí misma, es
incapaz de lograr algo. La
Oración a Jesús no es un talismán mágico. Como en todas las
operaciones sacramentales, se requiere que el hombre coopere con Dios a través
de su fe activa y su esfuerzo ascético. Estamos llamados a invocar el Nombre
con recogimiento y vigilancia interior, manteniendo nuestra mente en las palabras
de la Oración ,
conscientes de a quién nos dirigimos y quién nos responde en nuestro corazón». El
dice enfático que la oración a Jesús «no es un instrumento para ayudarnos a
concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte de un 'yoga cristiano'
un tipo de 'meditación trascendental' o un 'mantra cristiano', es una
invocación dirigida a otra persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro
Salvador y Redentor». Por lo que practiquemos esta oración desde lo más
profundo de nuestro corazón y conscientes que la elevamos a nuestro Dios.
PADRE GREGORIO MAKANTASSIS